Guyana es enriquecido por el petrĂ³leo pero aumenta las tensiones

Guyana es enriquecido por el petrĂ³leo pero aumenta las tensiones


En un extenso ingenio azucarero que se encuentra abandonado en la costa de Guyana, de inmediato se observa la magnitud de los cambios que se estĂ¡n propagando por el paĂ­s.

En apenas pocos años, en medio de los matorrales, los canales de irrigaciĂ³n y los campos de caña silvestre, han brotado almacenes enormes y edificios de oficinas que brindan servicios a empresas petroleras internacionales.

Las personas estĂ¡n "pasando de ser cortadores de caña a empresarios", comentĂ³ Mona Harisha, una tendera local. "CambiĂ³ muy rĂ¡pido".


A toda prisa, Guyana estĂ¡ dejando atrĂ¡s una economĂ­a basada en la agricultura por un futuro a corto plazo como un gigante petrolero. Por lo tanto, Harisha ha renovado su tienda de mercancĂ­a general, evocadora de las especias de India, que tiene al lado de su casita en el vecindario de Houston en Georgetown, la capital del paĂ­s. 


Harisha comentĂ³ que las empresas petroleras han traĂ­do empleos y mejores caminos, ademĂ¡s de elevar el valor de las casas… y la demanda en su tienda.


Su hija estĂ¡ pensando en regresar de Nueva York, un ejemplo de los mecanismos que estĂ¡ usando el gobierno para persuadir a la inmensa diĂ¡spora de Guyana de volver a casa con la promesa del botĂ­n petrolero.

Para muchas personas, la transformaciĂ³n hacia una economĂ­a petrolera ha generado optimismo por la posibilidad de una mayor prosperidad. Sin embargo, a menudo ese optimismo estĂ¡ mezclado con un fatalismo, pues consideran que en realidad nada va a mejorar para la gran mayorĂ­a de la gente en uno de los paĂ­ses mĂ¡s pobres de SudamĂ©rica.


El ingenio abandonado de Houston alguna vez albergĂ³ a 3000 trabajadores, pero poco a poco lo ha absorbido la expansiĂ³n suburbana de Georgetown. Unas cien familias todavĂ­a viven en las casitas uniformes de un solo piso que construyĂ³ la empresa dueña del ingenio para sus trabajadores en la dĂ©cada de 1960. Para ellas, los cambios recientes han generado oportunidades.

Como la mayorĂ­a de los residentes de Houston, los ancestros de Harisha llegaron a Guyana como peones contratados desde India a fines del siglo XIX, para remplazar a los esclavos africanos en las plantaciones de azĂºcar despuĂ©s de que los britĂ¡nicos, quienes en ese entonces gobernaban Guyana como una colonia, abolieron la trata de esclavos.

Cuando terminaron los contratos de los obreros indios, algunos se quedaron para convertirse en el mayor grupo Ă©tnico de Guyana y darle forma a una cultura Ăºnica y vibrante, que recuerda mĂ¡s al Caribe que a sus vecinos latinoamericanos.

Aunque los efectos de los gigantescos hallazgos petroleros en la costa de Guyana son mĂ¡s evidentes en Georgetown y sus alrededores, ahora tambiĂ©n empiezan a extenderse un poco mĂ¡s allĂ¡ de la capital.

En una choza de ladrillos ubicada al borde de la selva a unos 25 kilĂ³metros de Houston, Jason Bobb-Semple, de 25 años, estĂ¡ haciendo su gran apuesta en el petrĂ³leo.

Con un prĂ©stamo gubernamental de 3000 dĂ³lares, construyĂ³ una pequeña granja avĂ­cola y comprĂ³ 4000 pollos pues busca satisfacer una floreciente demanda de comida en un paĂ­s que se estĂ¡ desarrollando con rapidez.


"Con todo este petrĂ³leo", mencionĂ³ Bobb-Semple, la gente querrĂ¡ comer. "Eso espero".

Unas pocas horas mĂ¡s tarde de que Bobb-Semple recibiera los pollos, lo visitĂ³ su primer potencial inversionista, un empresario expatriado de Guyana que regresĂ³ a casa en busca de huevos para venderlos en las plataformas petroleras de la costa.

El inversionista, Lancelot Myers, señalĂ³ que en la actualidad las empresas petroleras deben importar la mayorĂ­a de sus provisiones, lo cual es una oportunidad empresarial para los emprendedores locales que pueden llenar los espacios del suministro. "LlegĂ³ el momento de arrancar a toda marcha", opinĂ³.


Grupos de excortadores de caña vagan sin rumbo por las calles de Skeldon o pasan el tiempo en sitios de comida rĂ¡pida sin comer, y se lamentan por no encontrar otro empleo.

"Este paĂ­s se creĂ³ con el azĂºcar. VivĂ­ mi vida en esa industria", dijo Ferdinand Guptar, un cortador de caña desempleado de 59 años en Skeldon, que ahora hace tareas del hogar mientras su esposa limpia pisos en una escuela por 200 dĂ³lares al mes.

"Es deprimente cuando tu esposa debe cuidar de ti", dijo.



 


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